Pollita en fuga V. Aló señora Jhinna...
Había llegado el momento de cerrar esta historia. Esperar el final de esta búsqueda de dos años, sin interrumpir a Jhinna en su camino de vuelta a la normalidad, había implicado el riesgo de que me desconozca. O que no quiera acordarse de mí, para no revivir esas primeras horas en que, de esclava del negocio que mueve más de 8 mil millones de dólares anuales en el mundo, había pasado a ser migrante libre, sin un sol y sin rumbo. La había visto en los canales y programas televisivos más influyentes de Lima, Cuarto Poder, Punto Final, se había escrito y difundido tanto sobre ella en periódicos, portales de noticias y páginas web de ONG; que no sabía si iba a acordarse de su primera entrevista, menos de mi antigua grabadora Panasonic captando su timidez en esos atardeceres de la comisaría, cuando me habló de un ingeniero colombiano que, entre piropos y ballenatos, la ilusionó, embarazó y desapareció.
Otro riesgo era que se haya cambiado de identidad, una posibilidad no descartada por la doctora María Eugenia Fernán Zegarra de Defensoría del Pueblo. O que por seguridad en ese lugar secreto donde ahora vive en Lima, no reciba llamadas. En especial de Piura. Siembre hay gente cuidándola, supe después.
Tal vez ya no se acuerde, tal vez este texto se quede inconcluso, pienso justo ahora mientras deambulo afuera de La Noche. Y desde el cartel del night club donde cuida a la luna, el búho de los ojos maliciosos otra vez me mira, otra vez parece burlarse. Los ojos espías, no del búho, sino de algunos de los empleados de Chávez, solían seguir a las chicas cuando tenían salidas a hoteles cercanos, para que no demoren más de la cuenta con los clientes, contó la exdama de compañía, en una de las entrevistas de las que tal vez ya no quiera acordarse.
Una de las calles polvorientas que forman la esquina donde se levanta La Noche, desemboca, a sólo tres cuadras de aquí, en la puerta del cementerio San Miguel Arcángel. A lo mejor por eso, por estar tan cerca del panteón, alguien de La Noche, siempre lleva rosas rojas y rosadas a la tumba de la cocinera Francisca Macharé, atropellada por el auto de Chávez, después de declarar en contra de él. El pasado 1 abril, a cinco meses de ese accidente, ocurrido -según dijo el empresario a Cuarto Poder- cuando su auto sin tacos avanzó solo y atropelló a la víctima mientras le ayudaba a abrir la puerta de la cochera-, alguien vino al nicho del pabellón Nuestra Señora del Rosario y pegó unas letras verdes con brillos dorados: "Feliz día Panchita".
"Siento mucha pena. Siempre rezo por esa señora. Imagínate, si no fuera por ella. tal vez nunca habría salido de ese lugar", me dirá Jhinna esta noche. ¿Jhinna? Sí, porque el mismo día en que visito la tumba de Panchita, encuentro ese número de teléfono que tanto he buscado.
- Buenas noches Jhinna.. ¿Qué ha sido de tu vida en todo este tiempo?
Es una noche fría en Lima. Pero hay calor de hogar y olor a colonia infantil en el cuartito desde donde contesta mi llamada. A mil 35 kilómetros de Piura donde el fiscal Jhon Meléndez ha pedido 35 años de cárcel contra el dueño de la Noche, un bebé de cinco meses succiona la leche materna de la principal agraviada, mientras dice que este niño mamón de pijama negra con figuras de carritos, le cambió la vida desde hace medio año. Ahora la hija de un colombiano, nacida en los tiempos de esclavitud de su madre, tiene un hermanito que patea en la libertad de una cuna con muñecos, elefantes trompita, monos que enseñan a contar y almohadas naranja. "Le encanta ese color a mi nené". Por fortuna no es el rojo.
- Estoy feliz, empiezo un nuevo camino. Mi nuevo bebé me cambió la vida.
A dos años de la noche en que el mayor Rosales la recibió en la comisaría, Jhinna es cada vez más una figura emblemática de la lucha contra la trata de personas. Siempre hay periodistas buscándola. Televisa, Telemundo, son sólo algunos de la lista, sus días pasan entre audiencias judiciales y entrevistas con periodistas.
En este tramo del camino de vuelta de Jhinna, cuando hay un nuevo gobierno; cuando el hijo del mayor Rosales pasó de escolar a universitario y su padre sigue intentando ascender a comandante; cuando la Municipalidad de Sechura ha cerrado el bar La Casa Verde por posible trata; cuando esa provincia, también Paita, Tambogrande, Ayabaca y Piura, siguen siendo las más vulnerables ante el cáncer de la trata, según el Gobierno Regional; cuando aún somos "un centro de captación de chicas", según CHS; cuando los piuranos siguen creyendo que la explotación sexual de unas 600 mujeres y niñas (según estimados policiales) es el oficio más normal del mundo; en fin, cuando el expediente 01815-210 sigue esperando sentencia en la Corte Superior, Jhinna me pregunta, cómo está Piura.
En una de las últimas veces que vino a la “tierra del eterno calor”, tenía menos miedo, pero las cosas no le habían ido tan bien con sus padres y hermanas. Un día de marzo de año pasado, cuando Rosales era jefe de Fronteras en Sullana, una mañana ella se apareció en su oficina: “Mi mayor, quise venir a agradecerle personalmente por creer en mí”, le dijo entregándole una botella y cuatro panes duros típicos de Mishquiaco. La botella tenía un cuarto de aguardiente con sabor a piña macerada. “Es tradicional de mi tierra, lo ha hecho mi papá, pero como sigue molesto conmigo, le robé un poco para usted”, le explicó.
Ahora –según cuenta- su padre está feliz por el nuevo nieto varón que pone un fondo gluc, gluc, a nuestra charla telefónica. Y mientras, a 17 horas de distancia, en la región que integra el llamado corredor norte de la trata de personas en el Perú, acaban de encenderse las luces psicodélicas de La Noche, Jhinna dice que sueña con crear una fundación contra el flagelo que interrumpió sus estudios superiores. La víctima del negocio sexual de un país sin casas refugio para víctimas en fuga de la trata de blancas, imagina al night club del búho con ojos maliciosos, convertido en uno de esos albergues de protección, para otras víctimas que se animen a escapar de las cadenas.
- ¿Crees que después del daño que sufriste los responsables llegue a ser sancionados?.
- Quisieron archivar todo. Pero ya no pueden, porque el caso ahora se investiga también desde Lima.
- Pero el mayor Rosales dice que las normas no son apropias y tal vez no ayudan lo suficiente a combatir a las mafias como la que te causó daño.
- Estoy segura que mi caso tendrá un buen final.
Quisiera decirle que Piura sigue sin hacer mucho por eliminar el comercio y explotación de niñas y mujeres. Que esta tarde en el estudio frente a la iglesia San Sebastián, su abogado Lucio Seminario no tenía novedades. Que, casi un mes después, seguía esperando ser notificado por el juez Segundo Fernández Reforme, para ir a defenderla ad honorem; Que el nuevo Código Procesal Penal sigue siendo visto por muchos policías, entre ellos el mayor Rosales, como un obstáculo para combatir a los tratantes, pero sigue sin ser modificado. O que cientos, tal vez miles de piuranos siguen vaciando sus billeteras en locales con damas de compañía, aunque la palabra trata se haya puesto de moda. Quise decirle que la batalla recién comienza. Pero no quise arruinarle su momento feliz: “Yo también creo que todo saldrá bien”, mentí. FIN