Pollita en fuga IV. La batalla recién comienza.
Si alguien te retiene, aprende a gritar. También cuando pasan los meses, más de un año, y tu caso sigue sin sentencia. Como el de Jhinna a quien ningún expositor mencionaba en la Audiencia Pública sobre trata de personas, a la que asistí en la Municipalidad de Piura, una mañana de junio. Un año y seis meses después de gritar desde una escalera para escapar de La Noche, Jhinna seguía haciendo escuchar su voz frente a escritorios y papel sellado, la Defensoría del Pueblo se había sumado a su reclamo de justicia, pero no encontraba un fallo judicial definitivo.
En la misma ciudad donde vivió 24 días escondida en una comisaría, para poder convertirse en la primer peruana en escapar de su tratante y denunciarlo, había una audiencia pública sobre trata de personas, donde apenas si se referían a ella con un vago "ah el caso La Noche".
Era una de esas reuniones a donde los periodistas sólo vamos por arrancar una declaración de oro. Lo organizaba la congresista Fabiola Morales, para informar de la comisión multisectorial de alto nivel conformada en Lima contra la trata, ese flagelo que lleva mil 556 víctimas en el Perú -según el sistema policial Reta-, y a la vez para formar otra comisión regional, que "comprometa a todos los sectores" piuranos, en la lucha contra ese delito. Seguramente eso era bueno, que la entonces presidenta de la Comisión de la Mujer y Desarrollo Social del Congreso venga a decirnos, acompañada de expositores y más expositores, que la trata aumenta en Piura. Pero que ahora nuestras autoridades, como comisión de alto nivel regional, iban a estar obligadas a ser más eficientes.
Aunque en esa mañana soleada, la única comisión que uno tenía era salirle al paso a uno de los invitados, el doctor Guillermo Castañeda Otsu, presidente de la Junta de Fiscales Superiores. Era importante obtener sus declaraciones, porque para entonces ese secreto que en la noche del 10 de setiembre 2009, Jhinna le susurró al mayor Rosales, que algunos fiscales y hasta altos jefes policiales eran clientes de la Noche y amigos de Chávez, había dado paso a un escándalo de trata de blancas, que según el diario Correo, había "estremecido los pasillos de la Fiscalía y de la Policía Nacional".
- ¿Cuántos fiscales están siendo procesados en este momento por el caso La Noche, doctor?
- Procesados a nivel disciplinario, me parece que solamente uno. No podría precisar si el caso ya terminó.
En el Perú la ley 28950 contra todas las modalidades de trata de personas es severa, impone penas de entre 8 a 25 años de prisión. Pero pocas veces se aplica. Según el Reporte sobre Trata de Personas Perú 2011, de la Embajada de Estados Unidos, en el país algunos policías investigadores, fiscales y jueces prefieren clasificar los casos como delitos menos graves, para los que se imponen penas más blandas. La fórmula funciona: sin comprarse demasiados problemas, a fin de año tienen buenas cifras que mostrar. El My. Rosales se había negado a ser de esos investigadores que agotan sus esfuerzos en operaciones contra bares y cantinas, aunque haya diez mafias de tratantes operando en el norte peruano, según había dicho uno de los expositores en la Audiencia. Y en el Ministerio Público, había intervenido Defensoría del Pueblo para pedir que aceleren el trabajo y lo pasen al Poder Judicial.
Para entonces bastaba con teclear en el buscador Google la palabra fiscales + Jhinna, para que aparezca una avalancha de noticias en la que la tarapotina de los gritos desde la escalera, hablaba de fiscales y policías de varios galones, como clientes, amigos de Chávez, o como asistentes a una fiesta del hijo de una fiscal, donde la sorpresa habría sido el baile sensual de las chicas de La Noche.
Jhinna había ido ampliando sus revelaciones hechas en la comisaría. Sus acusaciones contra los fiscales habían motivado una investigación en la Fiscalía Suprema de Control Interno del Ministerio Público. Debió ser difícil, esa mañana, para el fiscal Castañeda responder preguntas incómodas sobre La Noche, aunque el escándalo había nacido estando en su cargo otra fiscal, la magistrada Sofía Milla Meza.
- ¿La corrupción ha ingresado al Ministerio Público, en el caso de trata de personas, doctor Castañea?-, le preguntó un periodista.
- No. Los fiscales estamos impedidos de dar opiniones o información de carácter subjetivo. No puedo decir si creo o no creo.
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Si la "esclavitud del siglo XXI" aumenta, debes denunciarlo. Meses después de la audiencia sobre trata, la congresista ya no lo es. Tal vez intenta captar fondos para hacer una casa refugio, como prometió esa vez. "El Gobierno del Perú (el anterior) no cumple a totalidad con los estándares mínimos necesarios para eliminar la trata de personas; sin embargo, realizan esfuerzos significativos para hacerlo", diría luego la Embajada de EE.UU. en su reporte. La comisión multisectorial de Piura sigue formada y el Gobierno Regional -que continúa sin saber cuántas víctimas de trata hay en el departamento-, ha conformado una comisión regional y alista una ordenanza; pero sólo en Las Lomas, convertido -al igual que Suyo y Paimas- en foco de explotación sexual tras la aparición de la minería informal, y la existencia de medio centenar de bares, casi todos con nenas. Lo dice una mañana el profesor Jaime Rosillo, entrevistado en Radio Cutivalú, la única emisora piurana que capacita a sus corresponsales sobre el tema. El profesor, que ha escrito algunos cuentos, resume con precisión de narrador experto, la ineficiencia del Estado contra la explotación sexual: "En cada operativo el fiscal entra por una puerta y las niñas escapan por otra". Rosillo me llama más tarde y cuenta que un funcionario de la misma Municipalidad Distrital, que alista una ordenanza contra los bares, es propietario de uno de ellos. Y dice más, que tan cerca están las cantinas de algunos colegios, que los niños viven obligados a mirar "tremendos espectáculos", cuando van o salen de estudiar, porque los negocios con damas amazónicas ya están abiertos desde las 11:00 a.m.
Vocación
De niño, cada vez que iba a su colegio estatal en el barrio La Victoria de Chimbote, el mayor Rosales también veía un espectáculo parecido, con borrachos y delincuentes abrazando chicas malas, no tan grandes, no tan fuertes como Jhinna, al ritmo de una salsa. Fue por eso y por su rebeldía contra todo tipo de maltrato familiar, como los golpes que en los años 60 le daba su papá a su mamá, al volver borracho de la pesca, que se hizo policía. Seguramente también por eso y porque ahora es padre de dos niñas, que encontró suficiente motivación para defender a Jhinna, cuyo caso, pese al voluminoso documento que elaboró y envió a Fiscalía, se demoró 24 meses en pasar al Juzgado.
La Unidad de Investigaciones de la Policía Nacional del Perú abocada a investigar el delito de trata de personas en el Perú está conformada por 32 oficiales y opera desde la capital, según el reporte de la Embajada norteamericana. Rosales lidió con sólo dos suboficiales a su mando, sin capacitación en trata de personas, ni sistema electrónico de rastreo de casos, como los policías especializados de Lima. Pero la motivación de ayudar a alguien que, como él, migró de un pueblo escondido a la ciudad y tuvo una infancia parecida a la suya, de pies descalzos y pantalones remendados, ha llevado a que el caso de Jhinna ahora sea tomado como emblemático de la lucha contra la trata de personas en el país.
En todo ese camino de vuelta a casa, Jhina había pasado de la timidez de víctima a potencial luchadora social. Rosales y sus subalternos, haciendo "pocito" para comprarle un plato de comida y algo de ropa, durante sus días en la comisaría, la habían ayudado a dar el primer paso hacia la libertad.
Lo demás, convencer a las ONG e instituciones públicas que ahora la apoyan, había sido fruto de su terca perseverancia de tarapotina de Mishquiaco.
- Jhinna ha peleado su pelea-, concluyó el mayor en una de nuestras últimas conversaciones en la cafetería de la Divincri.
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Una mañana en casa, me preparo un lomo saltado mientras pienso en Jhinna. El aroma a carne y cebollas sudando me transporta a uno de sus días hospedada en la comisaría de Piura, en el país donde -según la audiencia de junio- sólo 200 de las 15 mil denuncias por trata, llegan a comprobarse como delito. Ese día del 2009 el mayor le había invitado un guiso de res en la cafetería que mira al calabozo. “Desayuna hija”, trató de darle confianza. Jhinna no había cenado, ni almorzado el día anterior y al verla “flaca como un pájaro”, al mayor le pareció que estaba anoréxica. Pero la observó despacio y entendió que en realidad se moría por comer, pero tenía miedo, terror al creer que tal vez le estaban dando algo malo en la comida. Sólo cuando el policía comió del plato de ella, la muchacha dejó de reprimirse. No dejó nada.
-De mí no desconfíes, hija. Yo te voy a proteger, le dijo el mayor.
Días después, por la mañana entró un oficial de alta graduación a la oficina de Investigaciones. Mientras Rosales saludaba al superior y le daba cuenta de su trabajo, advirtió que Jhinna se cubría el rostro con disimulo. Sólo cuando el visitante se marchó, ella se acercó a susurrarle, mi mayor ese señor también era cliente de La Noche.