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Pollita en fuga II. Pase mayor, sírvase gaseosa.

Publicado: 2011-09-07

El mayor Hilario  Rosales Sánchez, por entonces jefe de  la Sección  Investigaciones de la Comisaría, no necesitó mucho tiempo para darse cuenta que  estaba ante "un caso fuerte". No solo por estar ante un delito de trata de personas, el tercer negocio ilegal más rentable del mundo, y en el que cada año cae un millón 390 mil personas, según la Organización Internacional para las Migraciones. había algo más. Se notó en su expresión cuando llevó a la Pinchi a otra oficina. 

La noche de domingo en que vio por primera vez a Jhinna en televisión, contándole al programa Cuarto Poder cómo fue obligada a acostarse con los clientes de La Noche; muy lejos el Canal 4, en Sullana (Piura), el mayor Rosales, estaba tendido en su cuarto de paredes color crema, echado frente a su pequeño televisor Sony antiguo. Carajo, la señal estaba borrosa, pero no impedía distinguir a la tarapotina, a la que dos años antes había hospedado 24 días en su comisaría frente al Mercado de Piura, para que no duerma en la calle. También para animarla a denunciar a los responsables del caso de trata de blancas que se convertiría en uno de los más emblemáticos de los últimos años en el Perú. Chompa marrón de cuello, infaltables pausas y el clásico mechón escondiendo medio ojo izquierdo, ahí estaba su "ahijada"; había  engordado, sonreía. Ya no era la criaturita flacucha que dos años antes llegó a la comisaría, a las 7 de una noche de setiembre, pidiendo ayuda para comprarse un pasaje de regreso a Tarapoto.

Volver a verla desde su casa, a más de mil kilómetros de distancia, le hizo recordar su carrera policial. En sus primeros años había capturado importantes mandos terroristas en la carretera central y hasta había perdido a dos compañeros de armas en combate; siendo capitán mandó al calabozo a un militar de Sullana por tráfico de droga procedente de Tarapoto, la tierra de Jhinna; ya ni recordaba cuántas acciones distinguidas había acumulado. Pero este caso era diferente. El Ministerio Público se había demorado dos años en remitir al juzgado, el caso de la ex dama de La Noche. A mediados de 2010 un Juzgado ordenó la captura de Chávez, pero tan luego lo intervinieron, rápidamente se le cambió la orden de detención por comparecencia.

Lo que más le preocupaba a Rosales era la ausencia de fiscal en la primera intervención al nihgt club. Y es que cuando hizo las investigaciones, ya estaba en vigencia en Piura el nuevo Código Procesal Penal, que prohíbe detener a una persona con la simple acusación de la víctima, de modo que, o había la seguridad de que el imputado podía ser detenido en pleno delito, o los fiscales no se movían. El delito contra Jhinna había empezado desde dos años antes de su denuncia. La noche de la primera intervención, Rosales había pedido a la fiscal de turno que los acompañe. No lo hizo. Insistió ante  la presidenta de la Junta de Fiscales Superiores y la respuesta fue "mayor, eso es un caso policial, intervengan ustedes". Así que tuvo que arriesgarse a ir solo con Jhinna y dos suboficiales. Ahora el caso era conocido a nivel nacional, lo estaba viendo en uno de los espacios periodísticos más vistos de la televisión peruana, claro, pero no había desaparecido el riesgo de que el abogado de Chávez se traiga abajo la acusación, por falta de fiscal.

 -Yo te ayudo, pero cuéntame por qué te escapaste.

Comisaría de Piura, 7 p.m. Frente a un escritorio manchado con sellos policiales, la chica  recién salida del "infierno" -como el diario la República llamó después a La Noche-, enfrentó la lluvia de miradas y la falta de abrigo. Con delgada chompita negra a media espalda, aún con la minifalda, el aroma a tabaco y colonia barata, Jhinna, no separaba los dedos temblorosos del celular negro. A veces un hedor proveniente del zaguán cercano a la imagen de Santa Rosa, se colaba por las ventanas pequeñas de la Sección Investigaciones. Era una noche fría la del 10 de setiembre 2009, cuando a su móvil Tocs, empezaron a llegar los primeros saludos, "cuidado con lo que dices". Ella no dio marcha atrás. Habló de traslado de chicas desde Tarapoto a Piura y Talara, tenía el nombre del homosexual que en el expediente judicial 01815 sería llamado "captador", identificó al encargado de trasladarlas, y de quien retenía los DNI de las chicas, y de las tarifas en soles para peruanos y en dólares para extranjeros, de prohibiciones de salida. ¿De qué no hablaba? El mayor Hilario Rosales Sánchez, por entonces jefe de la Sección Investigaciones de la Comisaría, no necesitó mucho tiempo para darse cuenta que estaba ante "un caso fuerte". No solo por estar ante un delito de trata de personas, el tercer negocio ilegal más rentable del mundo, y en el que cada año cae un millón 390, mil personas, según la Organización Internacional para las Migraciones. Había algo más. Se notó en su expresión cuando llevó a la Pinchi a otra oficina. Algo grave le contó la flaquita en privado, porque el oficial ancashino cruzó los brazos, le bailaron los ojos achinados y soltó un suspiro tan largo, como de sacerdote en confesionario. Al rato ordenó suspender toda investigación menor, y en pocos minutos ya estaba tocando la puerta de La Noche, acompañado de Jhinna, muriéndose de frío y de dos suboficiales de apoyo, bajando del patrullero PE 1234.

                                                            ***

En la estrecha oficina de Papi, en La Noche, hay una computadora, un teléfono, el bidón de agua, algunos licores, las tarjetas sanitarias de las chicas. Allí está otra vez Jhinna, que ya no grita. La acompañan tres policías que llevan media hora esperando a Chávez. "Es difícil que me encuentren aquí. Normalmente no estoy", dirá días después Papi a EL TIEMPO. Conociéndolo, ella esperaba que su ex jefe llegue furioso. Pero se apareció preguntando algo así como qué se les ofrece. Les invitó gaseosa y llamó a un trabajador: "por favor entrégales las cosas de Akira", como la llamaban los clientes. "Ella no debe estar acá, hombre, si se va, se va", le oyeron decir. Pero empezó a impacientarse al notar que el mayor Rosales no dejaba de mirar las tarjetas sanitarias amarillas, ni paraba de anotar los números de DNI de las chicas. Papi, tal vez temía que descubran que tenía entre sus chicas a una menor sin DNI, como reveló después Panchita a un policía, antes de sufrir un misterioso accidente. El señor de La Noche se puso aún más incómodo, cuando le pidieron hacer un acta de entrega del televisor y ropa de Jhinna.

- ¿Podemos ver la pista de baile, subir a los cuartos?

-¿Vienen con fiscal?

-No.

-Aaaaa.


Escrito por

El Tiempo

Diario ciudadano


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