Pollita en fuga I. Jhinna Pinchi en su camino de vuelta a casa: Si buscas libertad, aprende a gritar.
- Déjame salir.
El local no es la gran cosa. Tan sólo una casa de esquina, sin ventanas en la planta baja, sin jardines, sin gracia. La pintura negra de la puerta de fierro no disimula el latón usado con que fue hecha. Intentan disimular el descuido, alrededor del marco metálico que forma una esquina hexagonal, cuatro hileras de cerámica, pegoteadas con stiker de tarjeta Visa MasterCard. Excepto el búho guardián de la luna que te mira malicioso desde el cartel de bienvenida de "La Noche night club", si uno camina por esta intersección de calles de tierra reseca, una mañana cualquiera, no encuentra ninguna pista del negocio sexual. Los tricicleros y mototaxistas que se asolean esperando carga alrededor de los camiones y madereras vecinas, a veces matan el tiempo jugando a las cartas, echados en la vereda de La Noche.
Este ambiente que huele a gasolina y aserrín es menos ruidoso a las 6 de la tarde, lo compruebo justo ahora cuando deambulo afuera de esta construcción de modelo casi pueblerino en la manzana 227 de la Zona Industrial. Quizá esa disminución de ruidos al final del día, animó a Jhinna Pinchi Calampa, esa tarde de setiembre de 2009 a gritar con todas sus fuerzas, a ver si alguien la escuchaba desde la calle.
-Me tiro de la escalera. me mato, si no me dejan salir.
Dos años antes de subir a gritar desde lo alto de esa escalera, Jhinna vivía en Tarapoto, a 18 horas de aquí, una guapa estudiante de Administración de Empresas del Instituto María Parado de Bellido. Una tarde del 2007 entró a cortarse el cabello en la peluquería Dyan Nicoll, y el estilista Roycer del Castillo García le propuso ir a trabajar de anfitriona en el restaurante de un amigo español en Máncora, un exclusivo balneario del norte peruano, a seis horas de Piura (*). Hija de un agricultor de maíz del caserío tarapotino de Mishquiaco, necesitaba dinero para no dejar de estudiar, ya había trabajado como anfitriona en la Ciudad de Las Palmeras. Aceptó -como diría muchos meses después la Organización CHS- "sin hacer mayores preguntas". Fue la peor decisión de su vida. Lo supo a los pocos días al enterarse que no estaba en Máncora, sino en La Noche, un nihgt club confundido entre las madereras de la Zona Industrial de Piura. Allí la recibió un gordo mandón de barba afeitada, que después de exigirle levantarse la falda y mostrar las piernas, bajó y subió la papada satisfecho, como catador experto. El trabajo era acompañar en las mesas a hombres mayormente maduros, hacerlos pedir cerveza a veinte soles la jarra y satisfacer sus calenturas a 50 y 200 dólares "el polvo". A un año de su ingreso ya era madre de una bebita, concebida al acostarse con un cliente colombiano. Si quería que le sigan cuidando a su hija "que está muy bien, tú no te preocupes", sólo tenía que seguir trabajando. Otra manera de retenerla había sido quitarle el DNI desde el primer día. Igual, una mañana, con ayuda de su hermana Esalia y el aval de un juez de paz del barrio Tacalá, recuperó a su nena y se marchó. Si volvió de Tarapoto en el 2009, fue porque Carlos Chávez, propietario del negocio, la seguía llamando ("necesitas dinero para alimentar a tu hija"). Su tono era casi de ruego, según Jhinna. Le dijo que esta vez sólo trabajaría en su restaurante. Un coreógrafo llamado Pocha, se apareció en su casa y le ofreció trabajo de bailarina. Tonta de mí que acepté, diría después. Al día siguiente no viajó en la empresa El Sol, como esperaba. La recogió una camioneta de vidrios oscuros, con más chicas. En lugar de ir a Bagua, como le dijo el Pocha, el chofer Alex, llevó a sus compañeras de viaje a Sullana. Antes a ella la dejó en la Noche.
Apenas volvió a ver a Papi, la mañana del 10 de setiembre de 2009, notó que ese hombre carirredondo, que por teléfono parecía compasivo, no había cambiado nada: "Tú a mi restaurante sólo puedes venir como cliente. tu trabajo es en el nihgt club".
Por si decía que no, un trabajador, ya le había retenido bajo llave, el televisor, la ropa, el maletín, con que había llegado el día anterior. Lo que el empresario de gorro deportivo y automóvil Volvo no imaginaba, era que Jhinna no pararía hasta irse para siempre y denunciarlo. Aunque un trabajador volvió a entregarle la ropa escotada, esa tarde al subir a la escalera, ella se había prometido no volver a vender su cuerpo, aunque tenga que arrojarse del segundo piso.
- De verdad me voy a matar, déjenme salir. Auxilioooo.
Sus gritos interrumpieron la normalidad de esa tarde casi noche, en el patio posterior del night club. Más de dos horas antes del inicio del show, sus compañeras Nelly, Iris, Soraida, Karen, Fabiola, María y Vanessa, entraban y salían del baño, otras se probaban las licras, los top, las tangas. Por la ventana del cuarto ya vacío de Jhinna, en la segunda planta, a veces se colaba proveniente del otro lado del patio, el timbre del teléfono de la oficina del señor Prado, el administrador. Por momentos, desde el primero piso, Panchita la cocinera y ama de llaves hacía llegar el olor de la cena. Jhinna no quería probar ni una cucharada. Estaba hambrienta, pesaba 45 kilos, era un palo, pero seguía negándose a comer. Siempre pensó que Panchita les daba algo en la comida, sobre todo a las chicas recién llegadas. Aunque, de ser así, debían obligarla porque del todo mala no era, pensó Jhinna y se convenció esa tarde cuando, pese a la orden de no dejar salir a ninguna joven, la vio aparecer en la puerta de su cocina, argumentando que ya antes otra chica había intentado salir, y que por saltar se partió el cuello. A Jhinna le pareció un sueño ver a la misma Francisca Macharé Ramírez, que otras veces le había prohibido cruzar el portón hacia la calle, saliendo con su infaltable blusa blanca a pedirles a los hombres de seguridad, que la dejen irse, para evitar otro accidente.
Al cruzar la puerta de servicio, con las primeras lluvias de arena y viento entrando desde la calle, la ex universitaria regaló a Panchita una mueca como de hija agradecida. Al mirarla por última vez, la vio empequeñecida con sus piernas "llenas de várices como a punto de reventar", y hasta le entristeció saber que no volvería a verla. Como si presintiera que un año después la mujer de rizos grises y venas hinchadas, iba a aparecer muerta, en un extraño accidente.
-Taxi. a la comisaría por favor.